La tarde del once de mayo en Lorca fue terrorífica. Sobre las cinco de la tarde tembló la tierra y nos estremeció a todos. Y no había llegado lo peor. A las siete hubo otro temblor. Fue como si se hubiera metido a Lorca en una batidora que se moviera en las tres direcciones a la vez. Era el terremoto que iba a cambiar la ciudad para siempre. Según mis datos desde 1818 no sucedía algo parecido.
Los edificios se agrietaron, las iglesias se derrumbaron y la ciudad se quedó muda.
Aquella noche los que pudieron abandonaron la ciudad y los demás durmieron (o no) en la calle, temblando ante cada ruido inesperado. Había empezado la tragedia. Me llamaron para que pidiera a los compañeros que acudieran cuanto antes a la Gerencia para echar una mano.
Por la mañana, los técnicos municipales ya habían dividido Lorca en zonas y habían hecho un primer protocolo para evaluar los daños; había planos y un documento para referenciar los destrozos.
Había también más de un centenar de voluntarios, que sin haber sido llamados querían ayudar.
Allí estaban arquitectos, aparejadores, ingenieros, estudiantes, delineantes, jóvenes y mayores, gente de Lorca y de media España, Policía, Guardia civil, miembros de la UME y de la Cruz Roja, muchos más cuya lista seria interminable. A primera hora estábamos todos inspeccionando unos desastres que lamentablemente eran peores de lo que esperábamos.
Al otro día el número de voluntarios aún aumentó. Llegaron los que se pusieron en camino el día 12. Nadie pedía nada, sólo colaborar, poniendo lo mejor de cada uno en revisar una aun las casas, todas las viviendas, y tranquilizando a la población cuando era posible.
Al día siguiente llegaron aún más manos. Y el cuarto día seguían llegando; y el quinto... y así hasta que Lorca quedó completamente inspeccionada.
Los voluntarios comían bocadillos a mediodía y seguían hasta las tantas.
Lorca se llenó de chalecos amarillos y de profesionales que daban soluciones a cada caso, ordenaban apuntalamientos, cerraban calles, desalojaban viviendas y se quedaban a dormir donde podían.
Se creó el Grupo Cero para ordenar la información y así fuimos trabajando hasta que poco a poco fuimos cediendo a los técnicos funcionarios, como era lógico, la responsabilidad de continuar con la tarea emprendida.
En la distancia, creo que adquiere aún más valor el trabajo altruista de tantas personas que deben, por ello, tenerse presentes en la breve historia de los terremotos del 11 de mayo.
Lorca y los lorquinos sentimos por aquellos voluntarios un sincero cariño y un mayor agradecimiento. A ellos y a su labor generosa que nos ayudó a poner orden en aquel inmenso caos les estaremos siempre agradecidos.
Por eso el premio a la labor profesional otorgada a los voluntarios en los Premios Regionales de Arquitectura y Urbanismo, es una merecida compensación a su esfuerzo impagable de aquellos días.