Encima de nuestra casa había una azotea inmensa, vacía, que usábamos para tender la ropa y correr con las bicis de tres ruedas. Una parte de ella estaba ocupada por una nave con cubierta de uralita y paredes sin enlucir en las que nunca se habían llegado a colocar las ventanas. Allí criaban gallinas, conejos y palomas no sé si mis padres, mis tíos, o mi abuela, que vivía debajo nuestro, en el estanco. El patio lo ocupaban mis otros tíos con una apisonadora, dos remolques, dos Mercedes, una Honda, una Ossa y una Bugatti; todo a medio reparar o a medio desguazar.
Las calles y las casas se superponían como dos espacios translúcidos. Las mujeres mayores fregaban la acera y refrescaban el asfalto donde, más tarde, casi todos sacaban las mecedoras para dormir las primeras horas aprovechando el relente, con el fútbol detrás de las rejas en una tele del revés. Por supuesto las comuniones, los bautizos y las bodas, se celebraban en los patios y en las plantas bajas; y los partidos y la elección de la reina de las fiestas iban encajando en las calles Mayor, del Rosario, del Chorrico, o Rinconá. En la esquina de la Plora unos pisos habían dejado un bajo sin cerrar pero con el suelo estupendamente fratasado, era el único pavimento del pueblo sobre el que podían emularse las estiradas del ¿Zubi¿.
Hoy, estas casas en las que todo podía pasar, van siendo sustituidas por bloques de 2 a 6 apartamentos mucho más mínimos en habitabilidad incluso que en superficie. La ciudad, incapaz de gestionarse un crecimiento sensato, nos arruina en su expansión abusadora, destructora de otros futuros de belleza y sentido común posibles.
Hoy la desactivación programática y formal de este tejido de núcleo rural que son las pedanías, amenaza con un horizonte de espacio doméstico y público planos, desamparados.
Para retrasar la desaparición de este ecosistema maravilloso, proponemos una arquitectura expansiva cuyas condiciones espaciales nucleares o de borde, se amplifiquen y nos permitan recuperar el aliento:
Para las condiciones espaciales de borde, debe proponer límites imprecisos, linderos negociados, vivos, compartidos. Debe estar autoconstruida, ampliada e incompleta.
Para las condiciones espaciales nucleares, debe permitir renombrar los lugares de siempre, proponer programas ambiguos por exceso: que el techo de un comedor sea una escalera como unas ramas con su cabaña, el jardín un taller mecánico y el garaje un salón de comuniones; y que por delante del balcón pase la Virgen del Paso y salude ese año porque falta la Yaya.