El contenido real de este proyecto es abierto y ambiguo, dejando
claro, una vez más, que el arquitecto no es tanto aquél que construye, como
aquél que crea las condiciones - construidas o no - para que se produzcan
actividades humanas, en este caso en el campo de Cartagena, un territorio
amplio, llano, sólo poblado por casas de labranza y balsas de acumulación de
agua para riego, que, como pequeños lagos sobreelevados, tachonan el paisaje de
manchas azules.
Este espacio que nos envuelve se nos echa encima, y frente a un
acercamiento al medio pasivo y estático, planteamos una intervención activa, que
excita - estimula y expresa - el lugar, de manera que la propia tensión que
generan los movimientos iniciales de percepción y relación es, en sí misma, la
primera acción objetiva que genera una transformación de la realidad. Todo en el
proyecto se propone bajo el signo de la simultaneidad, entendida, en una primera
aproximación, como posición integradora, como mezcla, superposición y agregación
de situaciones diversas que ocurren o se producen al mismo tiempo: el taller es
a la vez la vivienda, la puerta es a la vez la ventana, el techo es a la vez el
suelo, la balsa es a la vez la piscina, etc.
Esta acción de simultanear tiene un
carácter impreciso, ambiguo en su definición y en cuanto a la actitud que la
produce, como de una falta de voluntad expresa, de un cierto descuido en su
forma de concretarse. La plataforma de cubierta - una pequeña meseta elevada -
se construye mediante un plano de hormigón que se excava, se levanta y se
escalona, generando, mediante esos sencillos movimientos - como un ejercicio de
papiroflexia -, toda una serie de acciones y de maneras de estar sobre ella, así
como de modos de enfrentarse al paisaje, que se producen en combinaciones
múltiples y simultáneas. La piscina que completa el programa de necesidades del
centro se concreta en un vacío, una alberca formada por la propia plataforma al
plegarse sobre el espacio del taller. El tratamiento último del conjunto de la
cubierta debía corresponder a esa condición de elemento continuo plegado,
activado y, al mismo tiempo, debía reconocer las diferentes situaciones que se
establecen sobre la misma; el vaso central para el agua, la playa que lo rodea y
las gradas del fondo oeste.
La superficie general, desarrollada con planos
pendienteados con diferentes orientaciones para tumbarse y producir la salida
del agua de lluvia, se impermeabilizó con morteros de resina epoxi, con un
acabado superficial de pintura de dos componentes de base poliuretano color RAL
9002, y textura ligeramente rugosa, antideslizante. Las gradas, hormigonadas en
dos fases - losa estructural inferior y peldañeado superior, ambos macizos - se
mantuvieron en hormigón, aplicádoles un tapaporos incoloro que mantenía la
textura natural del acabado fratasado original, sin modificaciones de color o
brillo. Una vez tomadas esas primeras decisiones, la siguiente pregunta era cómo
introducir el color del agua, la sensación de vaso para el baño, de piscina,
manteniendo la imagen de una sencilla alberca excavada de una pieza, sin que se
alterara la continuidad del elemento generador de toda la cubierta.
Hablé del
asunto con Ángel (Charris); qué color introducir y de qué manera, sin que por
ello perdiéramos esa condición inicial y al mismo tiempo produjéramos la
sensación del azul y de los reflejos del agua tan característicos de las
piscinas. Pintar el vaso completo, por acertado que fuera el color, no sería la
solución, porque haría aparecer el vaso como un elemento extraño, encajado en la
plataforma como algo ajeno a ella; Ángel y Gonzalo (Sicre) ya habían estado allí
y sabían de lo que les hablaba. Ángel apuntó los trazados de líneas sueltas, los
reflejos de agua de Hockney, y yo me permití coger la referencia al vuelo; ¿y si
pintáramos las paredes de la alberca con los reflejos del agua? Ángel se puso a
trabajar en el asunto inmediatamente, investigando todo tipo de trazados,
estudiando las propias piscinas de Hockney y me envió varios correos con
imágenes excitantes. Teníamos muchas dudas acerca de cuál de ellos sería el más
acertado para producir ese efecto sobre el volumen paralepipédico de la balsa;
si debían ser elementos en continuidad o sueltos, sobre la densidad de los
trazados y su anchura, sobre la calidad material de los mismos encima de la
pintura impermeabilizante aplicada en los planos ortogonales del vaso... En
primer lugar resolvimos el color: un azul RAL 5012 que, combinado con el gris de
fondo, produjera el efecto azulado, pero las dudas sobre los trazados nos
acompañaron hasta el último momento. Ángel había producido más imágenes con
alternativas geométricas muy complejas.
Decidido el día de la acción sobre la
balsa, y una vez en la obra, Ángel y Gonzalo decidieron improvisar,
introduciendo unos trazos sueltos, ondulantes, que trabaran las caras de tres en
tres, como alternativa a la continuidad sin fin de los mismos, que creyeron más
adecuada para piscinas con formas curvas. Los dibujos de las líneas se marcaron
con tizas de colores y se fueron corrigiendo para introducir en la trama los
elementos ajenos a los planos, impulsores de agua, skimers, proyectores, etc. A
continuación, con la ayuda de Ángela (Acedo) y de Pepe (Inglés), empezamos a
pintar; la elección de anchura de brocha fue sencilla, y a la vista del dibujo
real sobre los planos, optamos por una brocha de 45 mm.
La calidad del trazado
de pintura también se decidió una vez comprobado el resultado; frente a una
ejecución con rodillo, repasado, se optó por brocha plana trabajando a una sola
pasada, que producía una interesante imprecisión en su superficie, que encajaba
con el tono general de la construcción, de un cierto descuido natural (a mi me
recordaban los trazados de Mondrian, tan severamente imperfectos en su
materialización final, y la vibración añadida que acompaña su visión más
cercana). Sólo restaba ser ordenado en el recorrido por paredes y fondo, y la
obra se resolvió en unas pocas horas. El día había amanecido nublado e incluso
amenazaba lluvia, pero hacia media mañana, coincidiendo con el inicio de los
trabajos, fue despejando y tuvimos el sol fuerte que permitía excavar de verdad
el vaso en el campo circundante.
Pudimos comprobar, al terminar, cómo todo se
había teñido de azul, el vaso e incluso la plataforma en su zona central,
diluyéndose el color hacia los bordes y fundiéndose con el cielo del horizonte.
Ahora sólo falta llenar la piscina de agua. Habrá tiempo de ver el efecto poco a
poco; el llenado debe de realizarse en varios días sucesivos, aumentando
progresivamente el agua para evitar deformaciones bruscas de la estructura.
Habíamos soñado ese paisaje muchas veces, lo habíamos visto incluso, y ahora,
por fin, lo tenemos a nuestros pies.