El proyecto para el Museo de la Vera Cruz es un recorrido por los
objetos que recuerdan la tradición del Santuario de Caravaca dentro de un
edificio enclavado en el escenario mismo de la acción: el castillo caravaqueño,
pieza misma de la muestra. La inserción del proyecto museográfico en el interior
del edificio claustral junto a la iglesia se ejecuta partiendo de la cota óptima
de iluminación de las piezas de exposición para, desde aquí, trazar la
subestructura interior de madera que, a modo de entreplanta, recibe las
luminarias (y en su caso las vitrinas) modulando a menor escala el interior de
las salas.
La nueva subestructura señala la independencia existente entre la
actuación museística en carpintería y la obra antigua de mampostería y tapial,
formando unos marcos con las vigas y los largueros de fijación paralelos a los
muros que, al unirse pareados, generan la sección tipo de la construcción
modular. Estos marcos aparecen (particularizados) en todo el mobiliario.
Con el
módulo de dos tercios de la altura entre suelos se disponen dos tramos de
escalera, también con zanjas construidas con la sección tipo. La escalera ordena
las circulaciones del museo. La disposición de los diferentes tramos de la
escalera conduce al visitante desde la sala de pinturas (planta primera) a la
sala de arqueología (planta sótano) sin pasar necesariamente por la planta baja.
Esta operación se realiza disponiendo el descansillo que correspondería a la
planta baja ligeramente sobreelevado respecto a la cota cero. Si el visitante
desease abandonar el recorrido propuesto debería girar dentro del propio tramo
de bajada de la escalera.
La intervención nueva da un paso atrás en
consideración al edificio viejo construyendo vitrinas y expositores con
materiales oscuros que absorben la luz incidente, destacando el brillo de las
piezas litúrgicas desde la sombra.