Arquitecto:Manuel Clavel Rojo / Promotor:Juan José Rojo Martínez / Constructor:CGR y el propio autor / Arquitecto técnico:José Domingo Egea
Las tumbas deberían ser cerradas para siempre a cal y canto. Son
construcciones o contenedores cuyas puertas no deberían abrirse nunca. Tampoco
se podrían abrir si se quisiera: carecen de pomos, manecillas y ojos de
cerradura, así como de bisagras. Además las puertas están perfectamente
insertadas en el edificio y se confunden con los muros ( ...). Las tumbas
despiertan la imaginación y ponen a prueba el valor de los jóvenes que juegan
furtivamente de noche entre las lápidas. La tumba se sitúa en el umbral entre
dos mundos. Se forma a partir de un agujero excavado en lo hondo de la tierra,
por donde se hace desaparecer al difunto. Pero al mismo tiempo se señala su
ubicación mediante algún tipo de construcción externa, como si se quisiera
compensar con esta señal de advertencia el olvido al que se somete el muerto (...).
En cuanto a su arquitectura, contemporáneamente se desarrolla un kistch
funerario, depuradísimo sub-estilo con un lenguaje muy definido que podría hacer
pensar que esto fue así desde siempre. Destaca especialmente el tratamiento
doméstico que reciben las construcciones, es decir, encontramos ventanas y
puertas de PVC, baldosas de cuarto de baño, lápidas que parecen encimeras de
cocina (¿o son las encimeras las que parecen lápidas?), los nichos se disponen
en estantes con fotografías de los difuntos, rodeadas de flores de plástico y
ángeles músicos. No es sino un reflejo de valores ciertamente asumidos
actualmente como son la perduración de lo bonito, la comodidad y la sustitución
de lo natural por lo artificial, superficial y aparente.
Cuanto más recargada
sea la decoración del nicho más grande se supone que es la pena, más se quería
al difunto, convirtiéndose el nicho en una prueba del dolor sentido por la
familia sin la presencia de ésta.
El proyecto trata de desvincularse, por un
lado, de ese carácter doméstico de lo existente como, por otro, de una excesiva
carga iconográfica que no hace, en definitiva, sino hacer perder valor a cada
mensaje. Los materiales se usan en dimensiones y disposiciones pertenecientes a
otro orden distinto al convencional. El orden de utilización de estos materiales
es el de la acumulación en capas, que se especializan en función de la necesidad
de transparencia u opacidad, rugosidad o planeidad. Este criterio general
envuelve a los materiales en una cierta veladura que los unifica de modo que, en
ciertas horas del día y ángulos de visión, es difícil distinguir los materiales
entre sí. El lucernario se construye por acumulación de lajas de vidrio, con un
corte aleatorio y anguloso, que le da textura próxima a la pizarra junto a la
que se dispone. Igual ocurre con los bloques de madera de wengué al insertarse
en el perfil de corte que, al reflejar el cielo, adoptan una textura próxima a
la piedra. Se trata, por tanto, de encontrar la escala de las texturas que
hablen de la singularidad de una pieza que está pensada para durar cien años.
El
lugar donde se sitúa la intervención es un pequeño cementerio de una pedanía
cercana a la ciudad de Murcia. Está situada junto a una pinada protegida. Existe
una pendiente considerable en toda la zona lo que hace que las edificaciones se
dispongan escalonadamente, permitiendo el acceso a dos niveles.
No se trata un
edificio, ni siquiera un pequeño edificio. Tampoco se plantea un monumento, se
trataba más bien de definir la escenografía para un enterramiento, planteando
dos situaciones espaciales y temporales bien distintas:
El exterior: el momento
del enterramiento. Parecía interesante recuperar el acto de descolgar el féretro
que, una vez en el interior, se dispone en el nicho que le corresponde. Esa
labor impersonal del albañil que tapia el nicho queda oculta a la vista de los
asistentes. Como fondo escenográfico de este momento aparece una cruz de acero
envejecido frente al lucernario de la entrada. El plano que soporta esta escena,
en travertino romano, casi blanco, se recorta en capas, entre las cuales fluye
el agua, que se recoge en un estanque a través del cual la luz entra al interior
deformándose por el movimiento que el viento y el agua dan a la superficie. El
agua, entendida como símbolo de la vida, aparece al exterior de modo evidente,
mientras que al interior lo que encontramos es un reflejo dotado de movimiento,
como si en la muerte tuviéramos un reflejo de lo que fue nuestra vida.
Por
tanto, lo que se hace es definir una pequeña plaza elevada, una superficie, como
un altar, donde acontece el enterramiento. De algún modo las tumbas son parte de
las entrañas de la tierra, y así las sepulturas forman un cosmos cerrado, vuelto
sobre sí mismo, y que carece de fachada.
El interior: la vuelta al
enterramiento. Se accede por una puerta de 3.60 m x 0.75 m x 0.15 m en madera de
wengué situada en la parte de menos cota del panteón, al acceder y en contraluz
aparece a través del lucernario de lajas de vidrio la cruz. La entrada alcanza
4.5 m de altura por 0.8 m de anchura. Se marca la verticalidad del espacio, el
carácter ascensional. Se trata de buscar que la mirada ascienda hasta encontrar
en lo alto la cruz. La opacidad de la materia contrasta con la luz, que desde lo
alto se abre paso filtrándose entre los vanos macizos. En el interior dos focos
tenues de luz más. El del hueco por donde se descuelgan los féretros cubierto
por una pieza enteriza deslizante de ónix de Pakistán, traslúcido de 3 m x 0.8
m. La tercera fuente de iluminación es la luz antes citada, que atraviesa el
pequeño estanque del exterior cuya superficie se encuentra permanentemente
agitada. Sin embargo, el proyecto no está terminado. Las tumbas tienen que ser
edificaciones muy antiguas. El abandono en el que yacen ayuda a precisar su
imagen, pues son de otra época. Son obras de un tiempo muy antiguo, de la época
de los antepasados. Cuesta pensar en una tumba acabada de construir, al tiempo
que angustia evocar una tumba recién estrenada. Pero la calma debe volver. Y
tú, sin sombra ya, duerme y reposa, larga paz a tus huesos. Definitivamente,
duerme un sueño tranquilo y verdadero. Machado.
Nota: Esta memoria recoge
textos de Pedro Azara (del libro La última casa, Mónica Gili), sobre ideas de
Panofsky y Ariès sobre la relación entre los sepulcros y la concepción de la
vida y la muerte que ellos transmiten.